viernes, 20 de julio de 2007

SANTORAL DEL MES DE JULIO



01º DE JULIO - PADRE DAMIAN DE MOLOKAI (JOSÉ DE VEUSER)
02 DE JULIO - SAN OTÓN
03 DE JULIO - SANTO TOMAS APÓSTOL
04 DE JULIO - SANTA ISABEL DE PORTUGAL
05 DE JULIO - SAN ANTONIO MARIA ZACCARÍA
06 DE JULIO - SANTA MARIA GORETTI
07 DE JULIO - SAN FERMÍN, OBISPO Y MÁRTIR
08 DE JULIO - SAN ISAÍAS, PROFETA
09 DE JULIO - NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRÁ-COLOMBIA
10 DE JULIO - SAN CRISTÓBAL, MÁRTIR
11 DE JULIO - SAN BENITO, FUNDADOR
12 DE JULIO - SAN JUAN GUALBERTO, RELIGIOSO
13 DE JULIO - SANTA TERESITA DE LOS ANDES
SAN ENRIQUE III, EMPERADOR
14 DE JULIO - BEATA KATERI TEKAWITHA
15 DE JULIO - SAN BUENAVENTURA, RELIGIOSO, CARDENAL
16 DE JULIO - NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
17 DE JULIO - SAN ALEJO, MENDIGO
18 DE JULIO - SAN FEDERICO, OBISPO
19 DE JULIO - SAN ARSENIO, MONJE
20 DE JULIO - DIVINO NIÑO JESÚS
21 DE JULIO - SAN LORENZO DE BRINDISI
22 DE JULIO - SANTA MARIA MAGDALENA
23 DE JULIO - SANTA BRÍGIDA, VIUDA
24 DE JULIO - SANTA VERÓNICA GIULIANI, RELIGIOSA
25 DE JULIO - SANTIAGO EL MAYOR
26 DE JULIO - SANTA ANA
27 DE JULIO - BEATA MARIA MAGDALENA MARTINENGO
28 DE JULIO - SANTA MARIA JOSEFA ROSELLO, FUNDADORA
29 DE JULIO - SANTA MARTA
30 DE JULIO - SAN PEDRO CRISÓLOGO, DOCTOR
31 DE JULIO - SAN IGNACIO DE LOYOLA

SAN IGNACIO DE LOYOLA, AÑO 1556 - 31 DE JULIO



San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí deseamos extender el Reino de Cristo,y hacer amar más a nuestro Divino Salvador.

"Todo para mayor Gloria de Dios" (San Ignacio)

San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia.

Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio.

El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.

Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés.

Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.

A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez.

Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que "La vida de Cristo" y el "Año Cristiano", o sea la historia del santo de cada día.

Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue impresionando profundamente.

Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: "¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?". Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: "Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá" (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: "Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás".

Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo.

Apenas terminó su convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su vida.

Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espiritales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad.

Después de unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios "la noche oscura del alma". Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.

Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a la desesperación.

Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habildad para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo que se llama "Discreción de espíritus", que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: "En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades".

En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia.

A los 33 años empezó como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y adorarlo.
Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía pecadores hablandoles amablemente de lo importante que es salvar el alma.

Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: "No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo".
Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla.
Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a todos.

Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.
Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se había cambiado por ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor.

San Ignacio se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas.

Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.

En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada "Compañía de Jesús" o "Jesuitas". El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte.

En Roma pasó todo el resto de su vida.

Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: "Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador".
Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.

El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana.

Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido.

El libro más famoso de San Ignacio se titula: "Ejercicios Espirituales" y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo.

Su lema era: "Todo para mayor gloria de Dios". Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido.
En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien espiritualmente.

Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se iba a morir, y murió subitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años.

En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.

Oración de San Ignacio de Loyola.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.



SAN PEDRO CRISÓLOGO, DOCTOR, AÑO 451 - 30 DE JULIO



Crisólogo significa: el que habla muy bien.

Este santo ha sido uno de los oradores más famosos de la Iglesia Católica. Nació en Imola (Italia) y fue formado por Cornelio obispo de esa ciudad, por el cual conservó siempre una gran veneración. Este santo prelado lo convenció de que en el dominio de las propias pasiones y en el rechazar los malos deseos reside la verdadera grandeza, y que este es un medio seguro para conseguir las bendiciones de Dios.

Pedro gozó de la amistad del emperador Valentiniano y de la madre de este, Plácida, y por recomendación de ellos los dos, fue nombrado Arzobispo de Ravena (la ciudad donde vivía el emperador). También gozó de la amistad del Papa San León Magno.

Cuando empezó a ser arzobispo de Ravena, había en esta ciudad un gran número de paganos. Y trabajó con tanto entusiasmo por convertirlos, que cuando él murió ya eran poquísimos los paganos o no creyentes en esta capital.

A la gente le agradaban mucho sus sermones (y por eso le pusieron el sobrenombre de crisólogo, o sea: el que habla muy bien). Su modo de hablar era conciso, sencillo y práctico. Sabía explicar muy claramente las principales verdades de la fe. A ratos se entusiasmaba tanto mientras predicaba, que la misma emoción le impedía seguir hablando, y el público se contagiaba de su entusiasmo y empezaban muchos a llorar. En los dos meses más calurosos del verano dejaba de predicar y explicaba así jocosamente a sus oyentes el porqué de esta determinación: "en este tiempo de calores tan bochornosos no les predico, porque ustedes se apretujan mucho para escucharme y con estas temperaturas tan altas llegan los ahogos y trastornos, y después le echan toda la culpa de ello a mis sermones". La gente se admiraba de que en predicaciones bastante breves, era capaz de resumir las doctrinas más importantes de la fe. Se conservan de él, 176 sermones, muy bien preparados y cuidadosamente redactados. Por su gran sabiduría al predicar y escribir, fue nombrado Doctor de la Iglesia, por el Papa Benedicto XIII.

Recomendaba mucho la comunión frecuente y exhortaba a sus oyentes a convertir la Sagrada Eucaristía en su alimento de todas las semanas.

Murió el 30 de julio del año 451.

Quiera nuestro buen Dios concedernos que muchos predicadores y catequistas de nuestro tiempo merezcan también el apelativo de Crisólogos: los que hablan muy bien.

Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. (Lc, 8, 21)



SANTA MARTA, SIGLO I - 29 DE JULIO


Marta significa: "señora; jefe de hogar".

En Betania, un pueblecito cercano a Jerusalén, vivía una familia de la cual dice el Evangelio un elegio hermosísimo: "Jesús amaba a Marta, a María y a su hermano Lázaro". Difícil encontrar un detalle más simpático acerca de alguna familia: eran muy amados por Jesús.

Los dos primeros años de su apostolado, Jesús estuvo la mayor parte del tiempo en la provincia de Galilea, al norte de su país. Pero en el tercer año se trasladó a Judea, en el sur, y con él sus discípulos. En Jerusalén era bastante peligroso el quedarse por las noches porque los enemigos le habían jurado guerra a muerte y buscaban cualquier ocasión propicia para matar al Redentor. Pero allí, a cuatro kilómetros de Jerusalén, había un pueblecito tranquilo y amable y en él un hogar donde Jesús se sentía bien. Era el hogar de Marta, María y Lázaro. En esta casa siempre había una habitación lista y bien arreglada para recibir al Divino Maestro, cualquier día a la hora en que llegara. Y tres corazones verdaderamente amigos de Jesús, le esperaban con afecto fraternal. Allí Jesús se sentía como en su casa. (S. Marta es la patrona de los hoteleros, porque sabía atender muy bien). Con razón dice el Evangelio que Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro. Que bueno fuera que de cada uno de nuestros hogares se pudiera decir lo que la Biblia afirma del hogar de estas tres afortunadas personas.

Famosa se ha hecho la escena que sucedió un día en que Jesús llegó a Betania con sus 12 apóstoles y las santas mujeres (mamás de algunos apóstoles, etc). Marta corría de allá para acá preparando los alimentos, arreglando las habitaciones, llevando refrescos para los sedientos viajeros. Jesús como siempre, aprovechando aquellos instantes de descanso, se dedicó a dar sabias instrucciones a sus discípulos. Oír a Cristo es lo más hermoso que pueda existir. El estaba sentado en un sillón y los demás, atentísimos, sentados en el suelo escuchando. Y allí, en medio de todos ellos, sentada también en el suelo estaba María, la hermana de Marta, extasiada,oyendo tan formidables enseñanzas.

De pronto Marta se detiene un poco en sus faenas y acercándose a Jesús le dice con toda confianza: "Señor, ¿cómo te parece que mi hermana me haya dejado a mí sola con todo el oficio de la casa? Por qué no le dices que me ayude un poco en esta tarea?".

Y Jesús con una suave sonrisa y tono bondadoso le responde: "Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas. Sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, la que no le será quitada". Marta entendió la lección y arremangándose el delantal, se sentó también allí en el suelo para escuchar las divinas instrucciones del Salvador. Ahora sabía que todos los afanes materiales no valen tanto como escuchar las enseñanzas que vienen del cielo y aprender a conseguir la eterna salvación.

Narra San Juan en el capítulo 11 "Sucedió que un día Lázaro se enfermó, se agravó y empezó a dar señales muy graves de que se iba a morir. Y Jesús estaba lejos. Las dos hermanas le enviaron un empleado con este sencillo mensaje: Señor aquel que tú amas, está enfermo. Que bello modo de comunicarle la noticia. Sabemos que lo amas, y si lo amas lo vas a ayudar.

Pero Jesús (que estaba al otro lado del Jordán) no se movió de donde estaba. Un nuevo mensajero y Jesús no viene. A los apóstoles les dice: "Esta enfermedad será para gloria de Dios". Y luego les añade: "Lázaro nuestro amigo ha muerto. Y me alegro de que esto haya sucedido sin que yo hubiera estado allí, proque ahora váis a creer".


A los cuatro días de muerto Lázaro, dispuso Jesús dirigirse hacia Betania, la casa estaba llena de amigos y conocidos que habían llegado a dar el pésame a las dos hermanas. Tan pronto Marta supo que Jesús venía, salió a su encuentro y le dijo: Oh Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano; pero aún ahora yo sé que cuánto pidas a Dios te lo concederá.
Jesús le dice: "Tu hermano resucitará".


Marta le contesta: Ya sé que resucitará el último día en la resurrección de los muertos.
Jesús añadió: Yo soy la resurreción y la vida. Todo el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá ¿Crees esto?
Marta respondió: Sí Señor; yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Maravillosa profesión de fe hecha por esta santa mujer. Dichosa Marta que hizo decir a Jesús verdades tan formidables.


Jesús dijo: "¿Dónde lo han colocado?" Y viendo llorar a Marta y a sus acompañantes, Jesús también empezó a llorar. Y las gentes comentaban: "Mirad cómo lo amaba".

Y fue al sepulcro que era una cueva con una piedra en la entrada. Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Le responde Marta: "Señor ya huele mal porque hace cuatro días que está enterrado". Le dice Jesús "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?". Quitaron la piedra y Jesús dijo en voz alta: "Lázaro ven afuera". Y el muerto salió, llevando el sudario y las vendas de sus manos.


Santa Marta bendita, no dejes de rogar a Jesús por tantos Lázaros muertos que tenemos en nuestras familias. Son los que viven en pecado mortal. Que Cristo el Salvador venga a nuestros hogares y resucite a los que están muertos por el pecado y los libre de la muerte eterna, por medio de una verdadera conversión.


Dijo Jesús: "si crees verás la gloria de Dios."

SANTA MARIA JOSEFA ROSELLO, FUNDADORA - AÑO 1880 - 28 DE JULIO

Esta activísima mujer tuvo el consuelo de que al morir ya había fundado 66 conventos de su comunidad. Es la fundadora de las Hermanas de la Misericordia.
En un retrato que le fue tomado, la santa aparece con un rostro firmemente perfilado y lleno de energía; sereno, y con la alegría de quien espera conseguir nuevos triunfos.

María Josefa nació en 1811 en Abisola, Italia, de familia pobre. Cuando todavía era muy jovencita, su papá la llamaba "la pequeña capitana", porque demostraba tener cualidades de líder y ejercía mucha influencia entre sus compañeras.
Un día todas las personas mayores del pueblo dispusieron irse en peregrinación a visitar un santuario de la Virgen, en otra población. Cuando ya los mayores se habían marchado, María Josefa organizó a las niñas de la población y con ellas se fue cantando y rezando, en peregrinación al templo del pueblo. Un joven subió a la torre e hizo repicar las campanas, y así también los menores tuvieron su fiesta religiosa.

Un par de esposos muy ricos sufrían porque el marido estaba paralizado y no tenían quien le hiciera de enfermera. Averiguaron qué mujer había de absoluta confianza y les recomendaron a Josefa. Y ella atendió con el más esmerado cariño al pobre paralítico durante ocho años. Los esposos en pago a tantas bondades, dispusieron hacerla heredera de sus cuantiosos bienes. Pero la joven les dijo que solamente había hecho esto por amor a Dios, y no les recibió nada.

Nuestra joven sentía un gran deseo de dedicarse a llevar una vida de soledad y oración, pero su confesor le dijo que eso no era lo mejor para su temperamento emprendedor. Entonces al saber que el señor obispo de Savona estaba aterrado al ver que había tantas niñas abandonadas por las calles, sin quién las educara, se le presentó para ofrecerle sus servicios. Al prelado le pareció muy buena su oferta y la encargó de conseguir otras jovenes que quisieran dedicarse a la educación de niñas abandonadas. Y así en 1837 con ella y varias de sus amigas quedó fundada la congregación de Nuestra Señora de la Merced o de las Misericordias, con el fin de atender a las jóvenes más pobres.

Con unos muebles viejos, una casona casi en ruinas, cuatro colchones de paja extendidos en el suelo, unos kilos de papas, un crucifijo y un cuadro de la Santísima Virgen, empezaron su nueva comunidad. Y Dios la bendijo tanto, que ya en vida de la fundadora se fundaron 66 casas de la comunidad. Sus biógrafos dicen que María Josefa no hizo milagros de curaciones, pero que obtuvo de Dios el milagro de que su congregación se multiplicara de manera admirable. Cada vez que tenía unos centavos sobrantes en una casa, ya pensaba en fundar otra para las gentes más pobres.

La esposa del paralítico al cual ella había atendido con tanta caridad cuando era joven, le dejó al morir toda su grande herencia y con eso pudo pagar terribles deudas que tenía y fundar nuevas casas.

La Madre Josefa tenía una confianza total en la Divina Providencia, o sea en el gran amor generoso con que Dios cuida de nosotros. Y aún en las circunstancias más difíciles no dudaba de que Dios iba a intervenir a ayudarla, y así sucedía.
En su escritorio tenía una calavera para recordar continuamente en que terminan las bellezas y vanidades del mundo.

Durante 40 años fue superiora general, pero aún teniendo tan alto cargo, en cada casa donde llegaba, se dedicaba a ayudar en los oficios más humildes: lavar, barrer, cocinar, atender a los enfermos más repugnantes, etc.
Ante tantos trabajos y afanes se enfermó gravemente. El obispo se dio cuenta de que se trataba de cansancio y exceso de trabajo. La envió a descansar varias semanas, y volvió llena de salud y de energías para seguir trabajando, por el Reino de Dios.

Los misioneros encontraban muchas niñas abandonadas y en graves peligros y las llevaban a la Madre Josefa. Y ella, aun con grandes sacrificios y endeudándose hasta el extremo, las recibía gratuitamente para educarlas.
Su gran deseo era el poder enviar misioneras a lejanas tierras. Y la ocasión se presentó en 1875 cuando desde Buenos Aires, Argentina, le rogaron que enviara a sus religiosas a atender a las niñas abandonadas. Y coincidió el envío de sus primeras misioneras con el primer grupo de misioneros salesianos que enviaba San Juan Bosco. Así que ellas en el barco recibieron la bendición y los consejos de este gran santo que estaba ese día despidiendo a sus primeros misioneros salesianos.

También en América sus religiosas fueron fundando hospitales, casas de refugio y obras de beneficiencia.

Sus últimos años padeció muy dolorosas enfermedades que la redujeron casi a total quietud. Y llegaron escrúpulos o falsos temores de que se iba a condenar. Era una pena más que le permitía Dios para que se santificara más y más. Pero venció esas tentaciones con gran confianza en Dios y murió diciendo: "Amemos a Jesús. Lo más importante es amar a Dios y salvar el alma". El 7 de diciembre de 1880 pasó a la eternidad. En 1949 fue declarada santa.
Que la Divina Providencia de Dios envíe a su santa Iglesia muchas "capitanas" que, como María Josefa Rosello, se dediquen a llenar el mundo de obras de caridad.
Dijo Jesús: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio".

BEATA MARIA MAGDALENA MARTINENGO, 1687-1737 - 27 DE JULIO




Nació en Brescia el año 1687, de familia aristocrática, y pronto quedó huérfana de madre. Se educó en internados de monjas. A los dieciséis años su padre quiso que se integrara en la vida de sociedad, pero ella le manifestó que había decidido hacerse religiosa. Superadas las reticencias paternas, ingresó en las Capuchinas de Brescia a los dieciocho años. Pronto empezó a experimentar pruebas y tribulaciones interiores, que se sumaban a las humillaciones provenientes de la incomprensión de sus hermanas de hábito. Afrontó esos padecimientos uniéndose en espíritu a Cristo crucificado, profundizando en la humildad e intensificando la oración. Con el tiempo las monjas cambiaron de actitud hacia ella, la apreciaron cada vez más, y le confiaron los cargos de mayor responsabilidad: maestra de novicias y abadesa. Mujer de vida contemplativa y penitente, gozó de carismas extraordinarios. Dejó algunos escritos místicos. Murió el 27 de julio de 1737.

* * * * *

BEATA MARÍA MAGDALENA DE MARTINENGO
por Prudencio de Salvatierra, o.f.m.cap.


¡La condesita de Martinengo!... Frágil belleza de pocos años, cutis de cera, hermosa y débil como una flor, inocente como un ángel. Su vida es un soplo, su voz un suspiro, y en sus cabellos el oro y la seda se disputaban la primacía.

No le pidáis a la condesita grandes proezas: es bella, pero no es valiente; más bien un poco asustadiza y ruborosa.

Su cabecita rubia es un nido de dolores; sus vestidos, con cruel elegancia, ocultan un pobre cuerpo enfermizo; su corazón palpita a saltos desiguales, como pajarillo prisionero. ¡Pobre Margarita, cuán cerca de tu cuna debe de estar tu sepulcro!

Nadie hubiera tenido valor para pronosticar otra cosa de aquella niña que parecía vivir de milagro. Pero dejemos correr unos pocos años, y llamemos a la puerta del convento de las capuchinas de Brescia; preguntemos por ella. Nos dirán que ni San Pedro de Alcántara -el hombre que parecía hecho de raíces de árboles-, ni los penitentes de la Tebaida, ni cuantos ascetas en el mundo han sido, pueden compararse, en rigores y penitencias, con la débil condesita de Martinengo; nos contarán su intrépida virtud, su amor ilimitado a Dios, su heroísmo perpetuo; y nos quedaremos admirados y perplejos, sin acertar con la causa de cambio tan radical. Pero las breves páginas de esta historia nos aclararán el misterio

Brescia, la patria de nuestra heroína, está en la parte norte de Italia, cerca del lago de Garda, a mitad de camino entre Milán y Verona. Ha puesto Dios tanta belleza en toda esa comarca, que más parece un ensueño que una realidad. No es extraño que salgan de allí espíritus superiores y delicados; también las almas reciben el sublime contagio de la belleza.

El conde Francisco Leopardo Martinengo de Barco tenía un palacio, donde vivía feliz con su joven esposa, la condesa de Secchi de Aragón, y con sus dos hijos varones de corta edad.

En 1687 vino al mundo el último vástago, una niña pálida y rubia que se llamó Margarita, como su madre. Nació moribunda, y tuvo que ser bautizada a toda prisa, en la misma casa. Era de una debilidad tan grande, que estuvo varios meses entre la vida y la muerte; en fin, Dios la libró de aquel riesgo, pero se llevó al cielo a la madre.

Margarita tuvo una infancia triste, sin conocer el amor ni las caricias de la que le había dado el ser, sintiendo a cada paso dolores y quebrantos corporales, hablando más con los médicos que con las muñecas.

A los cinco años, por disposición de su padre, la llevaron a la parroquia para suplir los ritos del bautismo; y en aquel día, Margarita cometió la primera falta, tal vez la única culpa de su vida, un pecadillo de vanidad, al verse, después de la ceremonia, pisando las mullidas alfombras de su palacio, entre las aclamaciones de amigos y parientes. Seguramente contempló, en los grandes espejos luminosos, la gracia de su andar, el oro de sus cabellos, la viveza de sus ojos y la elegancia de su vestido. Y la vanidad puso una sonrisa de coquetería en los labios de aquella criatura frágil y hermosa.

Pero luego le pareció tan grande su pecado, que hizo penitencia de él toda su vida.

Para que adquiriese sólida educación cristiana, su padre la puso al cuidado de una religiosa ursulina, diestra en toda clase de trabajos femeninos y guía incomparable en las vías de la piedad. Margarita, que tenía la inteligencia muy viva y el corazón dócil y delicado, hizo rápidos progresos en la ciencia y en la virtud. Escuchaba a su maestra como a un oráculo, estudiaba con ahínco las lecciones, y en poco tiempo aprendió a escribir con elegante propiedad en las lenguas italiana y latina. Al mismo tiempo, su alma crecía en la virtud y en el amor a Dios; era mortificada en sus gustos, ferviente en la oración, y tan caritativa y dadivosa, que su padre tenía que cerrar todos los armarios de la casa, para que Margarita no diese a los pobres todo cuanto hallaba a las manos.

A los nueve años, la niña era un prodigio de hermosura, de bondad y de agudo encendimiento. Su padre la consideraba como una joya de subido valor, y notaba que Dios la protegía visiblemente. Un día, paseando padre e hija por el campo, en magnífica carroza, repentinamente cayó al suelo Margarita y el vehículo pasó sobre ella sin hacerle ningún daño. Muchos años más tarde, escribía ella que sintió en aquella ocasión como una mano poderosa que la levantó del suelo y la sacó del peligro; y atribuía aquel favor a la asistencia de su Ángel custodio.

Un año más tarde, Margarita fue a completar su educación científica y espiritual al monasterio de Santa María de los Angeles, bajo la tutela de dos tías suyas, religiosas de aquel convento. Su vida en aquel lugar de retiro fue descrita por ella misma en su autobiografía: «Me arrodillaba delante de la Divina Majestad, y tomando el crucifijo en las manos, lo besaba y estrechaba contra mi pecho, y le hablaba, ora implorándole perdón de mis pecados, ora pidiéndole su santo amor, o prometiéndole fidelidad, suplicándole que me crucificase consigo, ofreciéndome en holocausto perpetuo y renunciando a todas las cosas del mundo, para llenar de Dios todo mi corazón».

En este tiempo, comenzó a ejercitarse valientemente en las disciplinas, cilicios y ayunos, inventando cada día nuevos tormentos para unirse más a su Dios crucificado. Sentía ya, en tan temprana edad, que Dios la había colocado en la tierra para que entonara sin cansancio el himno del dolor, y su alma, pronta a las voces de Dios, comenzó a gozar las delicias amargas de la penitencia, acompañando a Cristo en su agonía y en su redención.

Todavía no había gustado el manjar divino de los sagrarios; pero ya tenía todos los incendios de las almas eucarísticas. Cuando las religiosas comulgaban, Margarita se ponía cerca de la reja del comulgatorio, y allí, con mirada anhelante, saltándole el corazón de sublime envidia, dirigía a Cristo calladas voces de amor y le decía que viniese pronto a su corazón, porque ya no podía resistir más esos deseos; pero después, considerando su indignidad y miseria, bajaba los ojos, y se retiraba avergonzada y llorosa, con el pálido rostro enrojecido de rubor.

Por fin, llegó el día de sus sueños eucarísticos. Margarita, vestida de blanco, con el alma en pleno incendio de amor, se acercó al Dios de los altares, creyendo que aquél iba a ser el momento más feliz de su existencia. Pero Jesús le reservaba una prueba terrible, cuyo recuerdo llenaría de amargura a la inocente niña todos los días de su vida. La Hostia sagrada apareció en las manos del sacerdote; ya se acerca Jesús al corazón que le ha esperado con tanta impaciencia. Margarita, en el colmo de la felicidad, no acierta a pensar en nada, tiembla, se estremece, saca la lengua y cierra los ojos... Un grito agudo se escapa inesperadamente de los labios de los presentes; la santa Hostia ha caído al suelo, sin tocar la lengua de la niña. Era la prueba de Dios, llena de significado profético: Margarita debía renunciar a todos los gustos, aun a los más santos, para conformarse perfectamente con su amado Jesús. Allí estaba Él, caído como en el camino del Calvario, esperando que un corazón amigo le ayudara a levantarse; y Margarita, con esa rapidez medio inconsciente de los niños, se postró con reverencia y tomó con la lengua la Hostia caída...

Y aquella primera comunión, que debía dejar un recuerdo de dicha en el alma pura de la inocente niña, dejó una impresión de angustia y de temor que no se borraría jamás. Desde entonces, siempre que se acercaba a la comunión, sentía toda la grandeza de Dios y toda la indignidad de sí misma, y nos cuenta que «un frío mortal invadía no sólo su alma, sino también todo su cuerpo».

Del convento de los Angeles, pasó al del Espíritu Santo, en su misma ciudad natal, y allí fue madurándose su virtud y se definió su porvenir con toda claridad. No le faltaron fuertes tentaciones que probaron su espíritu y aquilataron su santidad: imaginaciones impuras, desalientos y trastornos nerviosos, y tal desesperación que, como dice ella misma, «casi deseaba matarme para ir más pronto al infierno». Pero nunca permite Dios que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, y Margarita salió triunfante de todos aquellos terribles combates, fortalecida y animosa para nuevas tentaciones.

La idea de consagrarse a Dios en la vida religiosa era lo único que le daba alientos y alegría; pero temía que el Señor no quisiera admitirla entre sus esposas. Sus tías, sus hermanos y su mismo padre no cesaban de atacarla en este punto, y le sugerían de continuo el pensamiento de un matrimonio ventajoso, le llevaban novelas de amor y vestidos riquísimos para despertar su entusiasmo por la vida del mundo. Margarita, inocentemente, leyó aquellos libros, se probó los vestidos; pero todo eso no hizo en ella más efecto que llenarla de remordimientos y de angustia, temiendo que el Señor la castigara por aquellas frivolidades.

Un día, delante del sagrario, llorando sus culpas, que ella creía enormes, sintió de repente la más absoluta paz interior, y conoció con clarísima luz que Dios la quería para sí y que debía emprender sin demora el camino del renunciamiento y del dolor.

Pero su vocación religiosa debió todavía hacer frente a toda clase de objeciones y obstáculos. Su padre, sus tías, y aun sus mismos confesores, se opusieron tenazmente a que vistiera el hábito de las capuchinas, intentando convencerla de que aquella vida de penitencia no era a propósito para una niña enfermiza y delicada, y que moriría muy pronto en aquel convento, húmedo y oscuro como una tumba.

Veamos cómo se expresa ella misma al referir tantas contrariedades: «¡Oh, Dios, qué gran cosa era ésta, que una hormiguita se mantuviese, constante en tantas batallas! Porque tanto el cielo como la tierra y el infierno parecían combatir contra mí. El cielo con arideces, abatimientos, desolaciones, de modo que me parecía que se había vuelto de bronce para no verme. La tierra me combatía con las riquezas que podía esperar casándome, con delicias y pasatiempos, con la vista de mis parientes y amigos, representándome la aspereza de la vida capuchina y comparándola con mi delicada salud; y otras mil tentaciones con que el demonio no cesaba de combatirme».

Su padre, que no podía sufrir el verse privado de su hija más querida, tentó todos los medios para hacerla desistir de sus propósitos. La llevó, en viaje de placer, por varias ciudades, la presentó en bailes y fiestas mundanas, la quiso aturdir con paseos y teatros; pero Margarita regresó a su casa como si no hubiera visto nada, sin sentir atracción por nada, con el pensamiento fijo en la voluntad de Dios que le llamaba al monasterio de las capuchinas.

Por fin, después de una lucha que hubiera desanimado a cualquiera, Margarita tomó el hábito tan ardientemente deseado, en el monasterio de Brescia, el día 8 de septiembre de 1705. Allí quedó encerrada para toda la vida la condesita de Martinengo, con su belleza aristocrática, con sus dieciocho primaveras, con su alma blanca y hermosa; dentro de los muros conventuales le esperaban treinta años de dolor que ella, con sublime abnegación, trocaría en treinta años de felicidad y de heroísmo.

Ante todo, hagamos resaltar que Margarita no vistió el hábito capuchino por simpatía o por atracción, como sucede en casi todos los que sienten la vocación religiosa; sino por todo lo contrario. Ella hubiera preferido otro instituto cualquiera: la pobreza y el rigor capuchinos repugnaban a su naturaleza y a su educación; la hija de los condes de Martinengo no parecía muy a propósito para habitar en un convento donde todas las penurias y penitencias imaginables tenían su morada. Pero la voluntad de Dios, manifestada claramente a su alma, la hizo aceptar sin vacilaciones aquel género de vida que nunca le había gustado.

Apenas las puertas del monasterio se cerraron detrás de la joven, la cruz comenzó a ser su compañera inseparable. Le cambiaron de nombre y le pusieron otro que era un símbolo de dolores y de amor: María Magdalena. Nuestra santa, como la admirable penitente de Betania, no abandonará jamás a su Esposo crucificado, estará con Él en todas partes, seguirá sus pisadas sangrientas, beberá su cáliz amargo, y asistirá también a la gloria del triunfo y participará de las alegrías de la resurrección.

La Maestra de novicias fue para Magdalena un verdadero instrumento de tortura: se burlaba de sus virtudes y de su espíritu de mortificación, la injuriaba constantemente, la humillaba, con sospechas y juicios desfavorables. Sólo atendiendo a una permisión misteriosa de Dios, se puede explicar tanta incomprensión, tanta injusticia y falta de tino en aquella severa religiosa. Un día llegó a decir que, «si Sor Magdalena se quedaba en el convento, sería la ruina de toda la Orden».

El confesor de la comunidad era de la misma opinión: cada vez que Magdalena debía exponerle sus dudas de conciencia, se retiraba del confesonario envuelta en mil angustias y temores, creyendo que no había esperanza para su alma.

Y las otras religiosas también eran contrarias a la novicia; todas creían que se la debía expulsar inmediatamente.

Llegó el día de la votación secreta para admitir o rechazar a Magdalena en la comunidad. Se reunieron las religiosas para proceder a aquel acto decisivo; y Magdalena, sabiendo la importancia de aquella reunión, corrió a refugiarse en la iglesia y allí se puso íntegramente en las manos de Dios... No fue pequeña la sorpresa de las religiosas cuando, al hacer el recuento de los votos, vieron que todos, sin una sola excepción, eran favorables a la novicia. Algunas aseguraron que, al ir a depositar su voto adverso, habían sentido una fuerza irresistible que les movió a cambiar repentinamente de opinión. La voluntad de Dios se manifestaba claramente en aquel acto, y Magdalena hizo la profesión religiosa con una alegría que fácilmente podemos imaginar.

Desde aquel día, la santa comenzó a ejercitarse en los trabajos más humildes y pesados. Sus manos de princesa se encallecieron; su rostro pálido se encendió de sanos colores. Pidió a Dios la robustez corporal, para poder mortificarse con inauditas penitencias y ser la sierva de todas las religiosas, y el Señor le concedió esa gracia con amplia largueza.

Un día, tocando la campana del coro, se le dislocó un hueso de la espalda, y Magdalena, lejos de quejarse o procurar la salud, aceptó aquella cruz con alegría, como un regalo precioso del cielo.

Tenía tan baja idea de su virtud, que estaba siempre como avergonzada, pensando que era indigna de vivir entre las esposas predilectas de Cristo. Y no le faltaban las ocasiones de humillarse: la Madre Abadesa la trataba con imperio, y a veces con burla; las otras religiosas la afrentaban de continuo, como a un ser inútil y despreciable; y ella reconocía que tenían razón, que no había en el mundo un ser más abominable ni más digno de castigo.

Durante seis años, la hija de los condes de Martinengo fue cocinera de la comunidad, y en aquel oficio se ejercitó en la humildad más profunda y en penitencias indecibles. Solía padecer una sed extraordinaria que se agravaba con los calores y con el humo de la cocina; pero ella abría la llave de agua fresca, acercaba sus labios abrasados al chorro que le prometía gustoso refrigerio, y antes de tocar el agua, se apartaba de allí rápidamente, como de un carbón encendido. Esa mortificación heroica le parecía el mejor modo de consolar a Cristo sediento en la cruz. La mayor parte de este tiempo, la santa cocinera no probó más alimentos que un poco de pan mojado en agua.

De la cocina pasó a otros oficios igualmente duros; más tarde, en 1723, fue elegida Maestra de novicias, cargo que desempeñó varias veces con gran aprovechamiento de sus dirigidas; y finalmente, tuvo que aceptar también el cargo de Abadesa, a pesar de su indecible repugnancia a todos los honores.

Para formarnos una idea de la perfección de esta alma en todas las virtudes, bástenos recordar un famoso voto que hizo en 1712, y que es lo más sublime y encumbrado que se puede hallar en la vida de un santo. Dejemos la pluma a la misma Magdalena: «Para corresponder, Dios mío, a los deseos intensísimos que tengo de amaros... con plena deliberación y absoluta libertad..., yo, Sor María Magdalena, pobre e indigna capuchina, hago voto de obrar, pensar, hablar todo aquello que conozca claramente ser de mayor agrado a vuestra divina Majestad, amándoos y adorándoos sin cesar, conformándome en todo con vuestros adorables deseos, imitando cuanto pueda los santísimos ejemplos que me habéis dado..., mortificándome en todas las cosas, huyendo de todo consuelo, abrazando todos los dolores, negando perfectamente mi voluntad... Y porque temo que mi naturaleza quiera alguna vez desligarse de estas cadenas de oro, hago voto, oh Dios mío, de no procurarme ninguna dispensa de este voto».

Esta página admirable, en que se retrata toda la grandeza y hermosura de un alma excepcional, sufrió varios cambios y correcciones en su redacción, hasta que la fórmula definitiva quedó en su punto, después de algunas pruebas y ensayos. El cardenal Badoaro, que examinó la primera redacción de Magdalena, se quedó asombrado y mandó a la santa que la mitigase en varios conceptos excesivamente rigurosos. Podemos imaginarnos cómo sería aquella fórmula primera, en la que el amor hablaba con toda su grandiosa espontaneidad.

Este voto fue pronunciado por Magdalena en la noche de Navidad de 1712; y fue cumplido exactamente durante veinticinco años, hasta su muerte.

Pero nuestra heroína no se contentó con eso; en su deseo de entregarse totalmente a Dios, hizo otros votos no menos difíciles y extraordinarios. Uno de ellos fue el de la imitación de la pasión de Cristo, «renunciando a todo consuelo interno o externo, abrazando todos los sufrimientos de cuerpo y alma, para pasar la vida entera en penas y angustias, clavada con Cristo en la cruz y en unión de la Virgen Dolorosa».

Otro de aquellos votos, de espíritu genuinamente franciscano, fue el de querer bendecir a Dios en todas las criaturas, especialmente en las que le proporcionaban algún sufrimiento o molestia. «Me aprovecho de la tierra -escribe en su Autobiografía-, estando de rodillas sobre ella, durmiendo con una piedra por almohada, besando el polvo y regando el suelo de sangre con las disciplinas. Alabo a Dios en el agua, lavando trapos y vestidos, sufriendo el frío o el calor. Alabo a Dios en el fuego, quemándome de diversas maneras».

En suma, la santa capuchina agotó toda su imaginación para ofrecer a Dios nuevas y sublimes pruebas de amor, ofreciéndose como holocausto en el altar de su vida inmaculada y seráfica. Pidió cruces y más cruces, de alma y cuerpo, y el cielo, al darle el deseo de padecer, le dio también la fuerza necesaria para el sacrificio sin tregua.

Siendo Maestra de novicias, varias religiosas y el mismo confesor la acusaron ante el Vicario eclesiástico del convento, tratándola de hipócrita y de herética. Le prohibieron hablar con las novicias sobre asuntos espirituales. Esta prueba, que debió de ser terrible para Magdalena, terminó con el triunfo completo de la inocente víctima. Fue examinada por las autoridades diocesanas, reconocida como excelente directora de almas y repuesta en su oficio con todos los honores.

No satisfecha con las penas que Dios le mandaba sin cesar, pasó toda su vida discurriendo extrañas y terribles penitencias que harían temblar a los mismos ascetas del yermo. Hubiera sido una temeridad imprudente martirizarse en esa forma, que sobrepasa los límites mismos del heroísmo -si es que el heroísmo puede tener límites-, prescindiendo de la voluntad clara de Dios; pero Magdalena fue inspirada por el cielo, y aceptó esa inspiración sin vacilar, como Cristo al entregarse a todos los dolores de la Redención decretados por el Eterno Padre. Ella explica sencillamente la razón de tanto padecer, escribiendo en su autobiografía: «Si no hubiera tenido las penas corporales para refrigerar o calmar el ardor del amor a Dios, me hubiera sido imposible soportarlo». ¡Qué palabras tan incomprensible para todos los que no aman como Magdalena!

Y sale valientemente al encuentro de todas las objeciones humanas contra la penitencia, diciendo que, si por la salud corporal se toleran muchas veces tormentos durísimos, como tajos, cauterios e incisiones, con mucha mayor razón se podrá hacer lo mismo por la salud del alma. Y siendo alimento propio del amor el sufrir por el amado, concluye animosamente: «Yo padeceré todo lo que pueda, para amar cuanto me sea posible».

No crea el lector que esta formidable penitente era lo mismo en el trato con el prójimo. Siempre se observa el mismo fenómeno en los grandes ascetas cristianos: son todo mieles y suavidad para los demás, saben mejor que nadie ejercitar delicadamente los oficios de la caridad y de la misericordia. Magdalena, en su cargo de Maestra de novicias, tenía ternuras maternales con las jóvenes confiadas a su dirección, las animaba con amables consejos, las encendía en amor divino, y era la primera en prohibirles el ejercicio inmoderado de la mortificación. Estando en el oficio de tornera, daba a los pobres abundantes limosnas, les hablaba con alegre simpatía, y les aseguraba que ellos eran los amigos predilectos de Dios. Siendo Abadesa, fue para todas las religiosas un ejemplo admirable de la más perfecta caridad: a la cocinera le solía decir que se esmerase todo lo posible para presentar los alimentos limpios, variados y apetitosos; cuando había alguna monja enferma, ella misma la curaba y la acompañaba en todos los momentos libres y vigilaba la conducta de las hermanas enfermeras y hasta del mismo médico, no tolerando ninguna tardanza o poco cuidado. Al morir la santa superiora, toda la comunidad pudo afirmar que «la Madre Magdalena había desempeñado su oficio de Abadesa de una manera más divina que humana».

Entre tantas perfecciones como ostenta el alma de nuestra Beata María Magdalena, la observancia de sus votos y de la vida religiosa llama la atención de manera singular. Su obediencia ciega a todos los mandatos, aun a los más inadecuados y duros, la hizo dueña absoluta de su voluntad: desconcertante paradoja de la vida espiritual que hace vencedoras a las almas cuando parece que son esclavas. Idéntico fenómeno sucede con la práctica de la pobreza evangélica, que nos despoja de todo afecto de bienes terrenos y nos hace poseedores de inmensos tesoros de virtud. Magdalena, al quitarse los ricos vestidos seculares, vistió alegremente el áspero saco capuchino y comenzó a gustar las delicias de la santa pobreza; jamás usó hábitos, velos, sandalias o libros nuevos y elegantes, sino lo más abyecto, lo que se desechaba por viejo o por inservible, y aun eso le parecía demasiado para una pobre capuchina. Al hablar de la pobreza seráfica a sus novicias, les decía que esa virtud era «el tesoro precioso, la perla inapreciable, su Señora, Reina y Emperatriz, la Esposa querida de Jesucristo, la Madre tierna dada a sus hijos por San Francisco y Santa Clara». En la castidad no conoció la más mínima falta: a los trece años, hizo voto de virginidad, y su vocación religiosa fue una gracia que pidió a Dios para mejor conservar la pureza de alma y cuerpo. Andaba siempre con los ojos bajos, aun en el mismo convento.

¡La oración de Magdalena! No hay en lenguaje humano palabras para describir su intensidad y sus efectos admirables. Nuestra santa vivió en perpetua oración, ya desfalleciendo de amor ante el sagrario, ya deshaciéndose en lágrimas de compasión hacia Cristo crucificado, ya conversando regaladamente con la Virgen Santísima que la visitaba y la llenaba de celestiales consuelos. En la oración hallaba el descanso del alma, el sabroso alimento del corazón, la alegría del amor, las comunicaciones y dones sobrenaturales de su Esposo divino. De su pobre y oscura celdilla, testigo de tantos prodigios, salía Magdalena transformada en un ser de otro mundo, con el rostro hermosísimo, con los ojos brillantes, con el corazón inquieto, absorta, ágil, embebida en dulzuras interiores y en misteriosos coloquios con su Dios.

Dos obras conocemos, escritas por la seráfica virgen capuchina: el Tratado de la Humildad, y la Autobiografía, ambas redactadas por mandato de sus confesores y directores. En el Tratado de la Humildad escribe: «Estas cosas me las ha enseñado Dios, sin estrépito de palabras, y yo he seguido sus enseñanzas; todo esto no lo he estudiado nunca, sino que lo he aprendido a los pies del crucifijo».

La ciencia infusa, el don de profecía y de milagros, la discreción y dirección de los espíritus, las visiones y éxtasis, todas las maravillas que la gracia de Dios suele hacer en las almas escogidas, tuvieron en Magdalena espléndida manifestación. Dícese que tuvo también en su cuerpo, aunque de ordinario invisibles, según sus deseos, las cinco llagas de Cristo, la corona de espinas y otras señales de la pasión.

En la semana santa de 1737, le fue revelado que su muerte estaba próxima, y para prepararse, quiso celebrar todas las ceremonias de la pasión y muerte de Cristo con inusitada solemnidad.

El jueves santo, en su calidad de superiora, llamó a las religiosas, les lavó los pies y se los besó humildemente, haciendo un esfuerzo extraordinario para arrodillarse ante cada una de sus hijas, por los terribles dolores y debilidad que sentía. Les habló con sublime inspiración, recomendándoles la caridad y la observancia de la regla; pidió perdón de todas sus faltas; y tuvo que ser llevada a la enfermería en brazos de las religiosas que no podían reprimir los sollozos de inefable emoción.

Desde aquel momento, puede decirse que ya no vivió en la tierra. Al recibir los últimos sacramentos, renunció a su cargo de Abadesa, se entregó a profundas meditaciones y ya no habló más que breves palabras para expresar el gozo de morir y volar a Dios.

Su rostro adquirió una frescura infantil, sus ojos reflejaban la ingenua tranquilidad del alma pura, y en sus labios floreció una tenue sonrisa de felicidad. La muerte no pudo marchitar aquel semblante de serena belleza.

El 27 de julio de 1737, Magdalena Martinengo, la enamorada de Cristo, emprendió el vuelo triunfal hacia la gloria, premio de sus virtudes y penitencias y anhelo de toda su vida.

[Prudencio de Salvatierra, OFMCap, Beata María Magdalena de Martinengo, en Idem, Las grandes figuras capuchinas. Madrid, Ed. Studium, 1957, 2.ª ed.; pp. 345-362].

lunes, 9 de julio de 2007

SANTA ANA, 26 DE JULIO


Meditación



Grande es la dignidad de Santa Ana por ser la Madre de la Virgen María, predestinada desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, la santificada desde su concepción, Virgen sin mancilla y mediadora de todas las gracias. Nieto de Santa Ana fue el hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Deseado de las naciones. María es el fundamento de la gloria y poder de Santa Ana a la vez que es gloria y corona de su madre.


La santidad de Santa Ana es tan grande por las muchas gracias que Dios le concedió. Su nombre significa "gracia". Dios la preparó con magníficos dones y gracias. Como las obras de Dios son perfectas, era lógico que Él la hiciese madre digna de la criatura más pura, superior en santidad a toda criatura e inferior solo a Dios.


Santa Ana tenía celo por hacer obras buenas y esforzarse en la virtud. Amaba a Dios sinceramente y se sometió a su santa voluntad en todos los sufrimientos, como fue su esterilidad por veinte años, según cuenta la tradición. Esposa y madre fue fiel cumplidora de sus deberes para con el esposo y su encantadora hija María.


Muy grande es el poder intercesor de Santa Ana. Ciertamente santa amiga de Dios, distinguida sobre todo por ser la abuela de Jesús en cuanto Hombre.
La Santísima Trinidad le concederá sus peticiones: el Padre, para quien ella gestó, cuidó y educó a su hija predilecta; el Hijo, a quien le dió madre; el Espíritu Santo, cuya esposa educó con tan gran solicitud.


Esta Santa privilegiada sobresale en mérito y gloria, cercana al Verbo encarnado y a sus Santísima Madre. Sin duda que Santa Ana tiene mucho poder ante Dios. La madre de la Reina del Cielo, que es poderosa por su intercesión y Madre de misericordia, es también llena de poder y de misericordia.


Tenemos muchos motivos para escoger a Santa Ana como nuestra intercesora ante Dios. Como abuela de Jesucristo, nuestro hermano según la carne, es también nuestra abuela y nos ama a nosotros sus nietos. Nos ama mucho porque su nieto Jesús murió por nuestra salvación y María, su hija, fue proclamada Madre nuestra bajo la Cruz. Nos ama de verdad en atención a las dos Personas que ella amó más en esta vida: a Jesús y a María. Si su amor es tan grande su intercesión no será menos. Debemos, por tanto acudir a ella con tal confianza en nuestras necesidades. No hay la menor duda de que esto agrada a Jesús y a María, quienes la amaron tan profundamente. Se celebra la fiesta de Santa Ana el 26 de julio.


La Palabra de Dios

…. y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Lc 2, 37
El logrará la bendición de Yahveh, la justicia del Dios de su salvación. Sal 24, 5
«¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. Mt 13, 16-17



Oraciones propias de la Novena


Gloriosa Santa Ana, quiero honrarte con especial devoción. Te escojo, después de la Santísima Virgen, por mi madre espiritual y protectora. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses: espirituales y temporales y los de mi familia.


Te consagro mi mente, para que en todo se guíe por la luz de la fe; para que se conserve puro y lleno de amor a Jesús, a María, a José y a ti misma; mi voluntad para que, como la tuya, este siempre conforme con la de Dios.


Buenísima Santa Ana, desbordante de amor para cuantos te invocan y de compasión con los que sufren. Confiadamente pongo ante ti la necesidad de que me concedas están gracia en particular (mencione el favor que desea)

Te suplico recomiendes mi petición a tu Hija, la Santísima Virgen María, para que ambas, María y tu, la presentéis a Jesús. Por tu valiosa intercesión sea cumplido mi deseo.



Pero si lo que pido no fuere voluntad de Dios, obténme lo que sea de mayor bien para mi alma. Por el poder y gracia con que Dios te ha bendecido dame una mano y ayúdame.


Te pido sobre todo, misericordiosísima Santa Ana, me ayudes a dominar mis malas inclinaciones de mi estado de vida y de practicar las virtudes que sean más necesarias para mi salvación.


Como tu, haz que yo logre por el perfecto amor a Dios ser para El en vida y en muerte. Que después de haberte amado y honrado en la tierra con verdadera devoción de hijo pueda, por tus oraciones, tener el privilegio de amarte y honrarte en el Cielo con los ángeles y Santos por toda la eternidad.


Bondadosísima Santa Ana, madre de aquella que es nuestra vida, muestra tu dulzura y dame esperanza, intercede ante tu Hija, para que yo alcance la paz.
Memorare a Santa Ana



Recuerda, gloriosa Santa Ana, pues tu nombre significa gracia y misericordia, que nunca se ha oído decir que uno solo de cuantos se acogieron a tu protección o han implorado tu auxilio y buscado tu intercesión hayan sido desamparados.
Yo, pecador, animado de tal confianza, acudo a ti, santa madre de la Inmaculada Virgen María y encantadora abuela del Salvador. No rechaces mi petición, antes bien escucha y accede a mis ruegos. Amén.



Oración a San Joaquín y Santa Ana


Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.
Con gran confianza recurro a su protección poderosa y les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a su solicitud y vivamente deseo obtener por su intercesión.
Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame el don de la más sincera oración. Que yo nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.


Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad.
Que yo siempre invoque los santos Nombres de Jesús y de María, y así me salve.



Letanía en honor a Santa Ana

Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios, Hijo, redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten piedad de nosotros.
Santa Ana, ruega por nosotros
Descendiente de la familia de David,
Hija de los patriarcas,
Fiel esposa de San Joaquín,
Madre de María, la Virgen Madre de Dios,
Amable madre de la Reina del Cielo,
Abuela de nuestro Salvador,
Amada de Jesús, María y José,
Instrumento del Espíritu Santo
Ricamente dotada de las gracias de Dios,
Ejemplo de piedad y paciencia en el sufrimiento,
Espejo de obediencia,
Ideal del autentico feminismo,
Protectora de las vírgenes,
Modelo de las madres cristianas,
Protectora de las casadas,
Guardián de los niños,
Apoyo de la vida familiar cristiana,
Auxilio de la Iglesia,Madre de misericordia,
Madre merecedora de toda confianza,
Amiga de los pobres,
Ejemplo de las viudas,
Salud de los enfermos,
Cura de los que sufren del mal,
Madre de los enfermos,
Luz de los ciegos,
Voz de quienes no pueden hablar,
Oído de los sordos,
Consuelo de los afligidos,
Alentadora de los oprimidos,
Alegría de los ángeles y Santos,
Refugio de los pecadores,
Puerto de salvación,
Patrona de la buena muerte,
Auxilio de cuantos recurren a ti,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,perdónanos Señor,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,escúchanos Señor,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,ten piedad de nosotros,

Ruega por nosotros buenísima Santa Ana,
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oremos: Dios todopoderoso y eterno te has complacido en escoger a Santa Ana para que de ella naciera la Madre de tu amado hijo. Haz, te rogamos, que cuantos la honramos con especial confianza podamos, por su intercesión, alcanzar la vida eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.




sábado, 7 de julio de 2007

SANTIAGO EL MAYOR, APOSTOL - AÑO 44 - 25 DE JULIO


El nombre Santiago, proviene de dos palabras Sant Iacob. Porque su nombre en hebreo era Jacob. Los españoles en sus batallas gritaban: "Sant Iacob, ayúdenos". Y de tanto repetir estas dos palabras, las unieron formando una sola: Santiago.
Fue uno de los 12 apóstoles del Señor.


Era hermano de San Juan evangelista. Se le llamaba el Mayor, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Con sus padres Zebedeo y Salomé vivía en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea, donde tenían una pequeña empresa de pesca. Tenían obreros a su servicio, y su situación económica era bastante buena pues podían ausentarse del trabajo por varias semanas, como lo hizo su hermano Juan cuando se fue a estarse una temporada en el Jordán escuchando a Juan Bautista.

Santiago formó parte del grupo de los tres preferidos de Jesús, junto con su hermano Juan y con Simón Pedro. Después de presenciar la pesca milagrosa, al oír que Jesús les decía: "Desde ahora seréis pescadores de hombres", dejó sus redes y a su padre y a su empresa pesquera y se fue con Jesucristo a colaborarle en su apostolado. Presenció todos los grandes milagros de Cristo, y con Pedro y Juan fueron los únicos que estuvieron presentes en la Transfiguración del Señor y en su Oración en el Huerto de Getsemaní. ¿Por qué lo prefería tanto Jesús? Quizás porque (como dice San Juan Crisóstomo) era el más atrevido y valiente para declararse amigo y seguidor del Redentor, o porque iba a ser el primero que derramaría su sangre por proclamar su fe en Jesucristo. Que Jesús nos tenga también a nosotros en el grupo de sus preferidos.

Cuenta el santo Evangelio que una vez al pasar por un pueblo de Samaria, la gente no quiso proporcionarles ningún alimento y que Santiago y Juan le pidieron a Jesús que hiciera llover fuego del cielo y quemara a esos maleducados. Cristo tuvo que regañarlos por ese espíritu vengativo, y les recordó que El no había venido a hacer daño a nadie sino a salvar al mayor número posible de personas. Santiago no era santo cuando se hizo discípulo del Señor. La santidad le irá llegando poquito a poco.

Otro día Santiago y Juan comisionaron a Salomé, su madre, para que fuera a pedirle a Jesús que en el día de su gloria los colocara a ellos dos en los primeros puestos: uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús les dijo: "¿Serán capaces de beber el cáliz de amargura que yo voy a beber?" Ellos le dijeron: "Sí somos capaces". Cristo añadió: "El cáliz de amargura sí lo beberán, pero el ocupar los primeros puestos no me corresponde a Mí el concederlo, sino que esos puestos son para aquellos para quienes los tiene reservado mi Padre Celestial". Los otros apóstoles se disgustaron por esta petición tan vanidosa de los dos hijos de Zebedeo, pero Jesús les dijo a todos: "El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos, a imitación del Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir". Seguramente que con esta lección de Jesús, habrá aprendido Santiago a ser más humilde.

Después de la Ascención de Jesús, Santiago el Mayor se distinguió como una de las principales figuras entre el gurpo de los Apóstoles. Por eso cuando el rey Herodes Agripa se propuso acabar con los seguidores de Cristo, lo primero que hizo fue mandar cortarle la cabeza a Santiago, y encarcelar a Pedro. Así el hijo de Zebedeo tuvo el honor de ser el primero de los apóstoles que derramó su sangre por proclamar la religión de Jesús Resucitado.

Antiguas tradiciones (del siglo VI) dicen que Santiago alcanzó a ir hasta España a evangelizar. Y desde el siglo IX se cree que su cuerpo se encuentra en la catedral de Compostela (norte de España) y a ese santuario han ido miles y miles de peregrinos por siglos y siglos y han conseguido maravillosos favores del cielo. El historiador Pérez de Urbel dice que lo que hay en Santiago de Compostela son unas reliquias, o sea restos del Apóstol, que fueron llevados allí desde Palestina.
Es Patrono de España y de su caballería. Los españoles lo han invocado en momentos de grandes peligros y han sentido su poderosa protección. También nosotros si pedimos su intercesión conseguiremos sus favores.

Apóstol Santiago: pídele a Jesús que seamos muchos, muchos, los que como tú, nos dediquemos con toda valentía y generosidad a propagar por el mundo la religión de Cristo.

SANTA VERONICA GIULIANI, RELIGIOSA - AÑO 1727 - 24 DE JULIO

CUERPO INCORRUPTO DE STA. VERONICA GIULIANI
Verónica significa: Verdadera imagen (Vera= verdadera. Icon=imagen).

En julio de 1727 fue sepultada esta mujer que de pequeña daba muestras de llegar a ser cualquier otra cosa, menos una santa. Porque su temperamento era sumamente vivaz y fuerte, y sus bravatas ponían en desorden toda su casa. Pero la gracia de Dios obró en ella una transformación que nadie se imaginaba iría a suceder.


Hija de la prestigiosa familia Julianis, que ocupaba puestos de importancia, nació en Urbino (Italia), en 1660. De pequeñita era tremendamente inquieta y solamente su padre le tenía la suficiente paciencia para aguantarle. Era la menor de siete hermanas, y muy niña quedó huérfana de madre. Su defecto principal era el querer imponer sus ideas y caprichos a los demás. Y así un día invitó a sus hermanas a que la acompañaran a rezar el rosario, junto a un altarcito de la Virgen que ella se había fabricado, y como ellas no quisieron ir, arremetió a patadas contra las costuras que las otras estaban haciendo y telas y costuras rodaron por las escaleras abajo.


Un amiguito suyo quería ir a las fiestas del carnaval y ella tenía temor de que allá le sucediera algo malo para su alma. Como el otro insistía en asistir, le puso una trampa por el camino, y el otro se hirió una pierna y ya no pudo asistir a las tales peligrosas fiestas. Más tarde la joven se dará cuenta de que en estos casos es mejor proceder por las buenas y no a las malas.


Ya desde muy niña sentía una gran compasión por los pobres, y a los seis años regalaba su merienda a pobres mendigos y dejaba su abrigo de lana a pobrecitos que tiritaban de frío. Su padre daba suntuosos convites con muchos invitados y allí se repartían muchísimos dulces y confites. A ella le parecía que eso no era necesario poque los invitados tenían suficientes dulces en sus casas. Entonces se iba a escondidas a las mesas y sacaba y sacaba dulces y los echaba entre un talego, para repartirlos después entre los niños pobres. Sus hermanas se quedaban después aterradas de que los dulces de las mesas se hubieran acabado tan pronto.


Después de una de sus bravatas tremendas y desproporcionadas, le pareció que Nuestro Señor le decía cuando ella estaba rezando: "Tu corazón no parece de carne sino de acero". Esto la hizo cambiar totalmente en su trato con los demás.
Tenía una especialísima devoción a la Virgen Santísima y al Divino Niño Jesús y en su altarcito les rezaba día por día. Y una tarde, mientras les estaba hablando con todo fervor, le pareció que ambos le sonreían. Era una verdadera aprobación a los esfuerzos que ella estaba haciendo por volverse mejor. Desde ese día sintió un estusiasmo nunca antes tenido, respecto de la santidad.


A los 11 años descubre que la devoción que la va a llevar al fervor y a la santidad es la deJesús Crucificado. La de las 5 heridas de Jesús en la cruz. Desde entonces su meditación contínua es en la Pasión y Muerte de Jesús.


Entonces hace a Dios el voto o juramento de entrar de religiosa. Pero su padre que desea para ella un matrimonio con algún joven de alta condición social, le prohíbe entrar de religiosa. Y sucede luego que la joven a causa de la pena moral, empieza a enflaquecerse y a secarse de manera tan alarmante, que a su padre no le queda otro camino que permitirle su entrada al convento. Y así a los 17 años se fue de religiosa capuchina.


En el convento se dedicó a cumplir lo más exactamente los deberes de una buena religiosa, y a meditar en la Pasión y Muerte de Jesús, especialmente en sus cinco heridas de la cruz y en su corona de espinas.


Y cuando cumplió los 33 años, en 1693, empezaron a aparecer en su cuerpo las cinco heridas deJesús: en las manos, en los pies, en el costado y heridas en la cabeza como de una corona de espinas. Los médicos se esforzaron todo lo que pudieron para curarle esas heridas, pero por más curaciones que les hicieron, estas no cicatrizaron.


El Señor obispo llegó y durante tres días examinó las heridas de las manos y los pies y de la corona, en presencia de cuatro religiosas, y no pudo encontrar ninguna explicación natural a este fenómeno. Las heridas se agravaban el Viernes Santo.


A pesar de todas sus cualidades místicas, Verónica se dedicaba con gran éxito a las actividades normales de las religiosas, y así llegó a ser nombrada Maestra de novicias (y a sus novicias les aconsejaba que leyeran libros fáciles y sencillos) y más tarde, superiora del convento, y en este cargo se preocupó por mejorar el edificio y hacerlo más saludable y agradable. Lo que recibía de los ricos lo regalaba a los pobres. Y llegó hasta a redactar varias recetas de cocina.


Como su fama de santidad era muy grande, dos hermanas suyas que eran religiosas clarisas, le pidieron algún objeto suyo para emplearlo como reliquias. Ella como en chanza, fabricó una muñequita de trapo, muy parecida a su persona y la vistió de monjita capuchina, y se la envió. Más tarde, cuando muera, bastará tocar con esta muñequita algunos enfermos, y se curarán, por la intercesión de la santa.


Por orden de su confesor escribió su autobiografía, y por eso sabemos muchos datos curiosos de su vida.


Al cumplir sus Bodas de Oro de profesión religiosa, después de haber vivido cincuenta años como una fervorosa y santa capuchina, sintió que sus fuerzas le faltaban. Sufrió una apoplejía (o derrame cerebral) y murió el 9 de julio de 1727.


Santa Verónica, alcánzanos de Dios que también nosotros tengamos una gran devoción a la Santísima Pasión de Jesús, y que esta devoción nos lleve a la santidad. Queremos repetir aquellas jaculatorias tan queridas para ti: -Oh Jesús, por tus cinco heridas, te pido que cures las heridas dejmi alma. Oh Padre Celestial, por las heridas de Jesús, curad las heridas de nuestro espíritu. Amén.

SANTA BRIGIDA, VIUDA, FUNDADORA - AÑO 1373 - 23 DE JULIO


Dios quiera enviar a su Iglesia muchas Brígidas, que con sus oraciones y sus buenos ejemplos y palabras logren enfervorizar por Cristo a muchas personas más.


Cristo murió por mí. ¿Y yo, qué haré por Él?


Brígida significa: Fuerte y brillante.


Esta santa mujer tuvo la dicha de nacer en una familia que tenía como herencia de sus antepasados una gran religiosidad. Sus abuelos y bisabuelos fueron en peregrinación hasta Jerusalén y sus padres se confesaban y comulgaban todos los viernes, y como eran de la familia de los gobernantes de Suecia, y tenían muchas posesiones, empleaban sus riquezas en construir iglesias y conventos y en ayudar a cuanto pobre encontraban. Su padre era gobernador de la principal provincia de Suecia.



Brígida nació en Upsala (Suecia), en 1303.



De niña su mayor gusto era oír a la mamá leer las vidas de los Santos.



Cuando apenas tenía seis años ya tuvo su primera revelación. Se le apareció la Sma. Virgen a invitarla a llevar una vida santa, totalmente del agrado de Dios. En adelante las apariciones celestiales serán frecuentísimas en su vida, hasta tal punto que ella llegó a creer que se trataba de alucinaciones o falsas imaginaciones. Pero consultó con el sacerdote más sabio y famoso de Suecia, y él, después de estudiar detenidamente su caso, le dijo que podía seguir creyendo en esto, pues eran mensajes celestiales.



Cuando tenía 13 años asistió a un sermón de cuaresma, predicado por un famoso misionero. Y este santo sacerdote habló tan emocionantemente acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que Brígida quedó totalmente entusiasmada por nuestro Redentor. En adelante su devoción preferida será la de Jesucristo Crucificado.



Un día rezando con todo fervor delante de un crucifijo muy chorreante de sangre, le dijo a Nuestro Señor: - ¿Quién te puso así? - y oyó que Cristo le decía: "Los que desprecian mi amor". "Los que no le dan importancia al amor que yo les he tenido". Desde ese día se propuso hacer que todos los que trataran con ella amaran más a Jesucristo.



Su padre la casó con Ulf, hijo de otro gobernante. Tuvieron un matrimonio feliz que duró 28 años. Sus hijos fueron 8, cuatro varones y cuatro mujeres. Una de sus hijas fue Santa Catalina de Suecia. Un hijo fue religioso. Otros dos se portaron muy bien, y Carlos fue un pícaro que la hizo sufrir toda la vida. Sólo a la hora en que él se iba a morir logró la santa con sus oraciones que él se arrepintiera y pidiera perdón de sus pecados a Dios. Dos de sus hijas se hicieron religiosas, y otra fue "la oveja negra de la familia", que con sus aventuras nada santas martirizó a la buena mamá.



Fue pues una familia como muchas otras: con gente muy buena y gente que hace sufrir.



Brígida era la dama principal de las que colaboraban con el rey y la reina de Suecia. Pero en el palacio se dio cuenta de que se gastaba mucho dinero en lujos y comilonas y se explotaba al pueblo. Quiso llamar la atención a los reyes, pero estos no le hicieron caso. Entonces pidió permiso y se fue con su esposo en peregrinación a Santiago de Compostela en España. En el viaje enfermó Ulf gravemente. Brígida oró por él y en un sueño se le apareció San Diosnisio a decirle que se le concedía la curación, con tal de que se dedicara a una vida santa. El marido curó y entró de religioso cisterciense y unos años después murió santamente en el convento.



En una visión oyó que Jesús Crucificado le decía: "Yo en la vida sufrí pobreza, y tú tienes demasiados lujos y comodidades". Desde ese día Brígida dejó todos sus vestidos elegantes y empezó a vestir como la gente pobre. Ya nunca más durmió en camas muy cómodas, sino siempre sobre duras tablas. Y fue repartiendo todos los bienes entre los pobres de manera que ella llegó a ser también muy pobre.
Con su hija Santa Catalina de Suecia se fue a Roma y en esa ciudad permaneció 14 años, dedicada a la oración, a visitar y ayudar enfermos, a visitar como peregrina orante muchos santuarios, y a dictar sus revelaciones que están contenidas en ocho tomos (Sufrió muy fuertes tentaciones de orgullo y sensualidad). Desde Roma escribió a muchas autoridades civiles y eclesiásticas y al mismo Sumo Pontífice (que en ese tiempo vivía en Avignon, Francia) corrigiendo muchos errores y repartiendo consejos sumamente provechosos. Sus avisos sirvieron enormemente para mejorar las costumbres y disminuir los vicios.



Por inspiración del cielo fundó la Comunidad de San Salvador. El principal convento estaba en la capital de Suecia y tenía 60 monjas. Ese convento se convirtió en el centro literario más importante de su nación en esos tiempos. Con el tiempo llegó a tener 70 conventos de monjas en toda Europa.



Se fue a visitar los santos lugares donde vivió, predicó y murió Nuestro Señor Jesucristo, y allá recibió continuas revelaciones acerca de cómo fue la vida de Jesús. Las escribió en uno de los tomos de sus revelaciones, y son muy interesantes. En Tierra Santa parecía vivir en éxtasis todos los días.
Al volver de Jerusalén se sintió muy débil y el 23 de juilio de 1373, a la edad de 70 años murió en Roma con gran fama de santidad. A los 18 años de haber muerto, fue declarada santa por el Sumo Pontífice. Sus revelaciones eran tan estimadas en su tiempo, que los sacerdotes las leían a los fieles en las misas.





SANTA MARIA MAGDALENA, 22 DE JULIO



"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados."(Mt 5,5)

Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.

Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.

María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.

A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.

Cuatro menciones en los Evangelios:

1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.

Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.

A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.

Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.

2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que
hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc...

3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.

San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.

4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.
Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:

"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.
Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.
Jesús le dice: '¡María!'

Ella lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11).

Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.